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miércoles, 1 de enero de 2014

5 DE MAYO DE 1940, MICHAEL CUSTOM, FUKUOKA (AFUERAS DE JAPÓN)

Saltar del helicóptero, caer al suelo con todo el peso de tu cuerpo sobre las botas llenas de barro. Que el viento intente robarte la gorra, que el mar intente hacerte recordar tu ciudad. Esa fue la primera imagen que se me quedó de Japón cuando llegué, hará ya una semana.

Mi trabajo era simple, lo único que tenía que hacer era vigilar un puesto de mando lleno de munición y armas que estaba bastante alejado de nuestro campamento. Eso facilitaba que el enemigo pudiera acercarse y robárnoslas, y, para cuando llegaran los refuerzos del campamento, no quedaría ni rastro de los ladrones.

No tenía ningún miedo. Tenía claro que podía derrotar a cuantos enemigos se me acercaran. Vigilaba el puesto con un chaval, más o menos de mi edad, llamado Larry. Tuvimos la oportunidad de conocernos porque ustedes no saben lo largos que se hacen ocho horas solos en medio de la nada hasta que llega el turno de guardia siguiente por la mañana. A Larry y a mí nos tocaba el turno de noche. Absolutamente toda la noche vigilando ese puesto. Averigüé que era de Tennessee, que vivía solo con su madre porque su padre había muerto en la guerra y su hermano pequeño estaba empezando la universidad. Larry utilizaba el dinero mensual que le ofrecía el ejército para dar de comer a su madre y mandarle algo a su hermano, por si necesitaba cualquier cosa. Era una verdadera alma caritativa. Me recordaba mucho a Tom, y eso es malo. Muy malo. La verdad es que era muy parecido a él: nunca pensaba en sí mismo, sino en alimentar a su familia. ¿Dónde estará ahora Tom? ¿Cómo le iría en Alemania? Desde luego los alemanes eran más duros de roer que los japoneses, y de eso no hay duda.

Le estaba hablando de Tom a Larry, cuando de repente, sobre las 4:35 de la mañana, escuché un crujido casi imperceptible. En ese momento me puse nervioso:

-¿Has oído eso?

-¿El qué?

-No sé, como un crujido, como.... No sé, pero yo he oído algo. Voy un momento a ver.

Cargué el arma, es increíble el sonido que hacen estos rifles al cargarlos. Pasé por los alrededores del puesto, pero no encontré nada. Simplemente árboles y más árboles. Cuando me disponía a volver, lo escuché. Escuché el sonido que más me había aterrado en toda mi vida: Un grito de Larry.

-¡Larry!¡¿Larry, estás bien?!