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domingo, 19 de enero de 2014

7 DE MAYO DE 1940, MICHAEL CUSTOM, FUKUOKA (AFUERAS DE JAPÓN)

Esos ojos azules mirándome inquietos, fríos, sin parpadear. Esa piel blanca como la luna y débil. Esa sangre seca que brotó hace un tiempo de su cuerpo inmóvil. Esas caras que tendrán su madre y su hermano cuando les llegue la notificación de que Larry no volvería a casa.

En cuanto escuché su grito, fui al lugar del que surgía. Las botas me pesaban, el calor me calentaba demasiado el cerebro y no me dejaba pensar en lo peligroso que era acercarse a un lugar hostil en el que un compañero está pidiendo ayuda cuando estás solo, y encima, de noche. Ahí estaba, un hombre camuflado tal y como nos contaron en el entrenamiento rajándole el cuello a mi nuevo amigo. No dudé ni un instante. Agarré el rifle, le apunté, y le disparé en la sien. El tiro sonó siete u ocho veces por el eco. Unas pisadas se oyeron, no sabía si acercándose o alejándose. Ahí estaba yo, de pie, muerto de miedo, apuntando hacia unos árboles con mi rifle de gran precisión, escuchando como Larry se estaba desangrando y tosiendo sangre y yo sin poder hacer nada. Finalmente, después de una hora, apareció una patrulla de soldados americanos que habían sido llamados por Larry un poco antes de lo sucedido. Los japoneses no me atacaron. Podían haberlo hecho, pero no lo hicieron. La patrulla me empezó a preguntar que qué había pasado, pero yo lo había pasado tan mal que ,simplemente, me desmayé.

Bombardeos. Tom escondido en lo más alto de una iglesia disparando sin parar con su francotirador. Matando a cada soldado alemán que se le acercase. Sus compañeros muriendo. Un tanque visualiza a Tom. Tom se queda paralizado del miedo. El tanque dispara hacia la torre de la iglesia. Bum. Me despierto. Había sido un mal sueño. Estaba en el hospital, en una camilla. Un coronel que no conocía apareció y me empezó a hablar:

- Buenos días. ¿Estás mejor, soldado?

-Sí, coronel-sabía que era coronel por las numerosas estrellas que había en su chaqueta verde oscura.

-Me llamo Cole Smith, coronel de las fuerzas americanas. Muchacho, siento la pérdida de tu compañero Larry, es una pena. Los japoneses detectan a los novatos y los matan sin perdón, pero claro, ¡cuando eso lo hacen los americanos, perdemos el respeto de todo el mundo! En fin, perdona chico. ¿Cómo te llamas?

-Michael, señor. Michael Custom.

-Bien, Michael. Prepara tus cosas. Te vas a Tokio.

-¡¿A Tokio?! ¿Por qué?

-Estamos ganando mucho terreno y solo nos queda la gran capital para vencerlos. Estamos trasladando todas nuestras unidades allí.

Me incorporé en la camilla, y, sin ningún tipo de miedo hacia su respuesta, le dije:

-Antes quiero que me haga un favor- el hombre se quedó sorprendido, pero aún así aceptó.

-Quiero que me comunique si el soldado Tom Smith, de la brigada 34 en Berlín, sigue vivo.

-No hay problema, le mandaré una carta cuando llegue a Tokio. Y ahora prepárese.

Una enfermera apareció y me dio mi ropa, mi mochila y, por supuesto, mi gorra. Me vestí y me fui al autobús en el que me esperaban para ir al aeropuerto. Ojalá sea el mismo piloto que en mi primer viaje. Era un cachondo.

miércoles, 1 de enero de 2014

5 DE MAYO DE 1940, MICHAEL CUSTOM, FUKUOKA (AFUERAS DE JAPÓN)

Saltar del helicóptero, caer al suelo con todo el peso de tu cuerpo sobre las botas llenas de barro. Que el viento intente robarte la gorra, que el mar intente hacerte recordar tu ciudad. Esa fue la primera imagen que se me quedó de Japón cuando llegué, hará ya una semana.

Mi trabajo era simple, lo único que tenía que hacer era vigilar un puesto de mando lleno de munición y armas que estaba bastante alejado de nuestro campamento. Eso facilitaba que el enemigo pudiera acercarse y robárnoslas, y, para cuando llegaran los refuerzos del campamento, no quedaría ni rastro de los ladrones.

No tenía ningún miedo. Tenía claro que podía derrotar a cuantos enemigos se me acercaran. Vigilaba el puesto con un chaval, más o menos de mi edad, llamado Larry. Tuvimos la oportunidad de conocernos porque ustedes no saben lo largos que se hacen ocho horas solos en medio de la nada hasta que llega el turno de guardia siguiente por la mañana. A Larry y a mí nos tocaba el turno de noche. Absolutamente toda la noche vigilando ese puesto. Averigüé que era de Tennessee, que vivía solo con su madre porque su padre había muerto en la guerra y su hermano pequeño estaba empezando la universidad. Larry utilizaba el dinero mensual que le ofrecía el ejército para dar de comer a su madre y mandarle algo a su hermano, por si necesitaba cualquier cosa. Era una verdadera alma caritativa. Me recordaba mucho a Tom, y eso es malo. Muy malo. La verdad es que era muy parecido a él: nunca pensaba en sí mismo, sino en alimentar a su familia. ¿Dónde estará ahora Tom? ¿Cómo le iría en Alemania? Desde luego los alemanes eran más duros de roer que los japoneses, y de eso no hay duda.

Le estaba hablando de Tom a Larry, cuando de repente, sobre las 4:35 de la mañana, escuché un crujido casi imperceptible. En ese momento me puse nervioso:

-¿Has oído eso?

-¿El qué?

-No sé, como un crujido, como.... No sé, pero yo he oído algo. Voy un momento a ver.

Cargué el arma, es increíble el sonido que hacen estos rifles al cargarlos. Pasé por los alrededores del puesto, pero no encontré nada. Simplemente árboles y más árboles. Cuando me disponía a volver, lo escuché. Escuché el sonido que más me había aterrado en toda mi vida: Un grito de Larry.

-¡Larry!¡¿Larry, estás bien?!