23 DE MARZO DE 1940, MICHAEL CUSTOM, ESTADOS UNIDOS
Por primera vez en años, esta mañana no fue como de costumbre. Los pájaros no cantaban, las hojas de los árboles caían y se estancaban en la calle como si del otoño se tratara, y el sol no me levantó por culpa de las nubes que se lo impedían.
Hoy no fui a trabajar. Tom se iba a las once de la mañana y quería estar ahí, para despedirme. Para darle una bonita y sincera despedida, ya que, dios no lo quiera, podría ser la última vez que le viera. No solo se iba él, se iban quince en el pueblo. A mi no me reclutaron gracias a que mi hermano fue en nombre de la familia.
Llegué a la ceremonia de despedida con mi madre, nos sentamos y no dijimos ni una sola palabra. Supongo que mi madre estaría pensando en lo mucho que echaría de menos a Tom, pero no. En lo que de verdad estaba pensando era en irme con él. El ejército estaba abierto a cualquier petición de reclutamiento mientras seas mayor de edad y, para qué engañarnos, aquí no me esperaba un buen futuro. Trabajando en una fábrica creando munición, sin ninguna aspiración en mi vida y viviendo en una familia con la que casi no hablaba. ¿Saben a quién creía que iba a echar más de menos? A Tobby, mi fiel perro. El único que en aquellos días desamparados te alegraba el día con un buen ladrido y una actitud de diversión reflejada en el movimiento de su rabo. Además, pensé que si iba a la guerra, podría averiguar qué le estaba pasando a mi hermano y por qué no nos escribía desde hacía tanto tiempo.
De repente, unas trompetas sonaron. Quince jóvenes, a los que por lo menos diez de ellos volvería a ver, subieron a la tarima. Estaban todos vestidos con el uniforme de la USA Army, con la vista totalmente al frente. Aquel hombre mayor que estuvo en casa de Tom hace tres días subió también y se incorporó a la escena. Fue él el que se puso delante del micrófono, hizo un leve carraspeo con la garganta, y empezó a hablar:
"Buenos días a todos. Soy el coronel Cole Williams, y vengo en representación del ejército de los Estados Unidos de América. Estamos aquí reunidos para reclutar a estos jóvenes que, esperemos que lleguen muy lejos y...
Blablabla, yo no podía escucharle. La verdad, no me importaba mucho. De hecho, no sé ni para qué hablaba. Todo el mundo sabía a lo que venía, no había pérdida. Yo seguía pensando en irme o no con ellos. En ser el número dieciséis de los soldados que se iban. En luchar y, si es necesario, morir con mi compañero Tom. El coronel finalizaba:
"... Quiero que sepan todas las familias de estos grandes emprendedores que serán recompensados con comida y recursos varios durante la ausencia de sus hijos. Dicho esto, queda finalizado el comunicado y procederemos a la última fase. ¿Hay alguien en esta sala, que por un motivo u otro, quiera alistarse en el ejército, y no esté entre los presentes?"
Mi corazón se paró por un instante. No podía respirar. La boca se me quedó seca. Mi brazo, inconscientemente se levantó. ¿Por qué? No lo sé. Simplemente se me levantó. En ese preciso instante, absolutamente todas las personas que estaban en esa despedida fijaron sus ojos en mi. Podía ver miradas de asombro, de sorpresa, de alegría en el caso de Tom, y una, solo una, de total tristeza. La de mi madre. No se podía creer lo que acababa de hacer. Yo, hablando del aquí y el ahora y viendo lo que he visto, jamás hubiera levantado la mano aquel día. Pero uno no sabe lo que le va a pasar hasta que se arriesga.
-¿Cómo te llamas, hijo?
-Michael, señor. Michael Custom.
-Bien, Michael. Bienvenido al ejército de los Estados Unidos. Partiremos mañana a primera hora.